Si digo que soy “creyente” de la teorías de Jung sobre el inconsciente colectivo y los distintos arquetipos, quizás empecéis a ver por dónde voy. Según la wikipedia: “Jung establece que existe un lenguaje común a los seres humanos de todos los tiempos y lugares del mundo, constituido por símbolos primitivos con los que se expresa un contenido de la psiquis que está más allá de la razón”. Pues bien, estos símbolos primitivos, también llamados arquetipos, son los que definen nuestra naturaleza, nuestro comportamiento como especie. Es decir, que como humanos, a todos nos llaman la atención las mismas cosas, nos interesan las mismas historias, definidas en arquetipos que más o menos todos conocemos: la muerte, el nacimiento, el viejo sabio, la eterna juventud, el héroe (o el viaje del héroe que tan a la perfección representa “la odisea”), la madre, el padre, el diablo (o trickster), dios,... En fin, es evidente que TODAS las grandes historias que se han escrito y se escribirán, contienen al menos uno de estos elementos. Aunque en una historia interesante también hay otros ingredientes que hacen al lector identificarse con los personajes. La guerra, los ritos de paso, la transformación, la búsqueda, o la superación personal, son componentes que vuelven atractiva cualquier novela, aunque quizás todos ellos no son más que expresiones del “viaje del héroe”, el arquetipo más utilizado en la fantasía épica.
Pongamos que en “el señor de los anillos”, Frodo no luchase por destruir el anillo y se rindiese o acabara muerto sin cumplir su misión. Eso sin duda sería otra historia, otra posibilidad, pero no tendría interés porque no refleja ningún arquetipo. El escritor sabe esto (si no concientemente, sí inconscientemente) y por eso debe de tener olfato para llevar a sus personajes, a su trama, por un camino que toque alguno de estos temas fundamentales. Al fin y al cabo el escritor quiere escribir algo interesante también para él, y la escritura, como catarsis, también le obliga a llevar la trama por esos derroteros.
Llevo ya unos cuantos años siendo alumno de los talleres de escritura, y uno de los errores que a menudo veo en los escritores que empiezan, es el de no hacer que sus personajes superen obstáculos, que evolucionen. Tal vez por pudor o miedo o bloqueo, los escritores primerizos son incapaces de hacer dar ese paso a su personaje, y entonces nos encontramos con un protagonista que simplemente es víctima de las circunstancias; vapuleado de un sitio a otro. Una víctima pasiva no interesa a nadie. En ella no hay nada que contar, nada que aprender. Una víctima que se revuelve y se defiende ya es otra historia. Y es quizás ahí en donde se produce la catarsis del escritor, que asume esa evolución del personaje casi como propia.
En “los tiempos del Oráculo” creo que la muerte, el viaje del héroe, la transformación, la guerra, la búsqueda de uno mismo y, quizás, la existencia de algo por encima que lo controla todo, reflejada en el Oráculo, han sido los elementos más o menos arquetípicos que he utilizado.
En fin, creo que me he enrollado mucho pero espero que haya quedado más o menos clara mi opinión sobre las historias que se pueden contar y las que nunca serán interesantes.
Os dejo además otra portada alternativa de la novela. Esta la puse en los manuscritos que fui enviando a distintas editoriales cuando buscaba que me la publicaran.