Murakami es un escritor con un solo defecto: es famoso. A mí, al igual que a mucha gente, me llegó su nombre por boca de otras personas que lo recomendaban (algunas también lo criticaban). Pero a nadie dejaba indiferente. A mi, al igual que a mucha gente, los autores endiosados me dan alergia; también tengo la manía de huir de aquello que gusta masivamente. Si bien Murakami no llega a ser, ni de lejos, un autor de masas.
Ayer terminé de leer "Kafka en la orilla" de Murakami. Tras leerlo, y mientras lo leía, no he dejado de preguntarme por qué este autor no forma parte de la lista de cabecera de cualquier amante de la literatura fantástica. No lo veo nombrar en ningún foro de fantasía. La respuesta es que sus historias no transcurren en un mundo fantástico, sino en el nuestro. Pero esa tampoco es la respuesta, porque las historias de Murakami transcurren en "su" mundo, cuya apariencia es, de manera engañosa, la del nuestro. Su universo, absolutamente personal (dejémoslo claro desde el principio), a veces me trasladaba a "Alicia" de Lewis Carol, pero en versión adulta (ya sé que "Alicia" no es infantil, pero sí su apariencia), otras a los universos cinematográficos de David Lynch, y por supuesto a Kafka.
Murakami es íntimo. Y es ahí donde me despista su éxito, o tal vez no. Horada lentamente en las capas de nuestro pensamiento, y al tiempo que vamos descubriendo procesos íntimos que desconocíamos, a veces destapa extraños mecanismos que permanecían allí atrapados y saltan tomando la forma de algo tan ridículo y conocido como el logotipo del whisky Jonnie Walker, por ejemplo.
"Kafka en la orilla" tiene como hilo narrador la historia de un chico de 15 años que se escapa de casa, pero es mucho más que eso. La colección de personajes con la que nos encontramos es singular y variopinta. Murakami es pausado, y nos cuenta historias que en principio nada tienen que ver con el hilo principal, pero eso es lo de menos. La lógica más aplastante se mezcla con el absurdo, con un montón de sucesos sin respuesta, con la más desbordada fantasía, y con sorpresas descabelladas. Pero lo importante es el viaje. Porque en "Kafka en la orilla" partimos de un puerto y, tras una larga travesía, llegamos a otro, transformados. Y eso es algo que sólo los grandes consiguen.
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